Ciegos, sordos, mudos, mancos, rengos, personas con síndrome de Down. Es increíble el impacto visual que genera leer (y sobretodo escribir créanme) estas palabras, estos adjetivos verbalizados en las peores de las desgracias físicas. Ahora, es curioso preguntarse por que si, cotidianamente nos manejamos con estos términos para hacer referencia a personas con capacidades diferentes, nos choca tanto leerlos de esta forma cruda. Tan cruda como cuando escupimos estos términos de nuestra boca.
El 3 de diciembre es conocido como el “día de la discapacidad”. “Discapacidad”, qué termino tan amplio. Acaso todos en un cierto punto somos discapacitados. No existe ser humano en la tierra que goce de todas las capacidades habidas y por haber. Existen aquellos mas capacitados para una cosa que para la otra, como así también existen los que sin la aptitud, tienen la actitud suficiente como complemento. No quiero con esto quitarle importancia al sufrimiento de aquellos que han perdido, o nunca les fue concebido por decisiones que uno nunca logrará entender, la vista, el oído o el habla, partes de su cuerpo o de su capacidad de razonamiento. No, lejos estoy de esa simplificación. Desde ya mi admiración para aquellos héroes que día a día salen a la calle a darnos cátedra de cómo ser verdaderos triunfadores. Mis palabras van hacia otro costado.
Trato de referirme a nosotros, los supuestos “capacitados” que vivimos en esta tierra y la manejamos en gran medida. Nosotros que fuimos bendecidos de fábrica y gozamos de todo aquello necesario para hacer las cosas bien, y sin embargo, tanto es lo que nos equivocamos. Acaso que discapacidad sufre el hombre moderno, el hombre industrial, el del mundo capitalista, globalizado y neoliberal, que hace que no de pie con bola. Quizás haya que aceptar con gran tristeza la falta de capacidad que sufrimos a la hora de entender conceptos como la solidaridad, el amor, la paz, la humildad, la familia, el bien común, la política(juro que podría seguir pero siento que basta con lo dicho).
Párrafo aparte y obvio para aquel viejo tema de que uno valora las cosas cuando las ha perdido. Triste sería saber que comenzamos a valorar los gestos de amor, los abrazos, las caricias, las palabras, y sobretodo las relaciones humanas en si, el día que dejemos de verlas, oírlas o sentirlas. Peor aun sería, que el día que pierda el habla, sienta que tenía tanto por decir y solo me limite al silencio.
También debemos aceptar, y con urgencia para buscar solución y sobretodo para poder pagar la gran deuda pendiente, nuestra incapacidad a la hora de incluir. Vivimos en un mundo hecho para que sobreviva el más fuerte. No hay lugar aquí para aquellos indefensos que no pueden dar batalla con las mismas armas que nosotros, armas que de por cierto manejamos muy mal. Sin embargo aparecen como prohibidas en nuestro vocabulario palabras como discriminación, exclusión y egoísmo. Hacemos como si no conociéramos la existencia de esas palabras. Nosotros, los monumentos a la empatía.
Es vergonzoso ver como las ciudades le dan la espalda a quienes más necesitan verla de frente. Es triste e imperdonable saber que somos parte, y como tales cómplices, de una sociedad que cada vez excluye más a los discapacitados. Solo quienes disponen del sustento económico necesario pueden asomarse y convivir aunque sea de rebote con nuestro mundo globalizado.
Soberbio y cruel son aquellos sentimientos de pena y lástima que nos invaden cuando tomamos contacto con estos héroes de la vida y, sin embargo, solo debe existir la admiración para esta gente. Solamente debiera existir el aplauso y sobretodo la obligación de subirlos al pedestal de la gloria, sacando de ese lugar a la cantidad de ídolos baratos que subimos a diario motivados por los medios de comunicación y el rating.
Es urgente la obligación de incorporarlos. Pedirles perdón, cosa que aceptaran con la grandeza que los caracteriza, y barajar de nuevo. Volver a empezar. Juntos, cada uno aportando lo suyo y siendo este mundo, un lugar apto para la convivencia, la integración y la solidaridad. Eso si, se necesita de la humildad de todos nosotros, para aceptarnos como iguales, o incluso menos, que semejantes próceres de la vida.
Repito, el 3 de diciembre se conmemora el “Día de la discapacidad”, que mejor momento para salir a la calle, ponernos frente a ellos, y tomar apuntes.
Gracias a Hernàn Josè Molina por tu carta bellìsima y refelexiva
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